25 nov 2010

De lo perdido… lo encontrado…

Al principio trabajábamos mucho de modo tradicional, fue un año muy intenso pero que con el tiempo dio frutos. Lamentablemente al ser un trabajo que requería de originales físicos, mismos que se entregaban a las editoriales. Sólo quedaron como registro algunos bocetos de aquella época.




La promesa de una línea

Celebro la poesía del mundo mágico que acompaña al ilustrador; así como su maravilloso color. Pero debo confesar que lo que más me sigue fascinando es como el lápiz juguetea, baila y coquetea al ritmo que se desliza con soltura sobre la hoja en blanco sólo para salpicarla de la propia esencia. Es por eso que me encanta asomarme a los bocetos como quien mira las entrañas del monstruo. En fin disfruto del garabato que discurre y se desliza a través de la mano probablemente por ser una promesa llena de potencialidad, que cada uno imagina, interpreta y reproduce desde su propio experiencia.



Hablando de Mascotas

¿Cómo imaginarse una tarde sin una bolita peluda en tu regazo? ¿Cómo poder trabajar sin sentir unas patitas que te recuerdan lo importante de la vida?.


Tiki, Balú y Max se han convertido día con día en el latir de A Corazón Abierto, en ese pulso que a veces no notas pero que te hace sentirte vivo.



Tiki, (diminutivo de Rikki-Tikki-Tavi, nombre proveniente de “El Libro de la Selva” y aprovechado por los scouts dentro de su mística) complice inseparable de Marce desde que era una croquetita y se iba de contrabando en la bolsa de Marce a la escuela, a la oficina y a ver clientes.



Balú, (que en realidad debiera ser Baloo, siguiendo con la mística) hermano de Tiki, que llegó un año después (como que la cigüeña andaba medio norteada) y sólo mientras le conseguíamos hogar. Sin embargo a los 3 días ya Marce no lo promovía con nadie.



Y cuando desperté, el perro seguía ahí… Así llegó Max, para quedarse. El último, espero de este trío, a quien Marce adoptó después de verlo rondar perdido por la zona en tiempos de lluvia y tras boletinarlo sin respuesta acabo por acomodarse.




Inicios de un ilustrador

Creo que lo que verdaderamente está en tu corazón, sale de ahí muchas veces sin proponértelo y sin aún tú mismo saber que existe. Así fue para mí cuando me topé con la necesidad de ilustrar, de cambiar los lenguajes de un libro por primera vez. Tenía dos años, y simplemente no me parecía correcto que las imágenes del cuento que me leían no tuvieran color, así que puse manos a la obra y “corregí” el “error”…


Yo sólo quería dibujar

A menudo recuerdo un relato de Anthony de Mello que cuenta sobre el discípulo de un guru, quien teniendo como principal ocupación lo espiritual, dedicaba parte de cada mañana a su limpieza tras lo cual ponía a secar su taparrabos, siendo su única posesión. Hasta que un día descubrió que las ratas comenzaban a comérselo por lo que consiguió un gato. Pero ahora debía mendigar también para el sustento del gato, por lo que con el tiempo consiguió una vaca resolviendo así el problema del sustento diario, más ahora debía alimentar a la vaca; por lo que decidió hacerse de un terreno y cosecharlo lo que lo dejaba sin tiempo para su meditación. Fue así como decidió casarse pensando en que la mujer se ocuparía de estas tareas. Siendo la esposa diligente pronto hizo fructificar sus posesiones de modo que cuando tiempo después su maestro fue a visitarlo lo encontró en la riqueza y sorprendido lo reprendió al considerar que había traicionado sus votos más sagrados a lo que el discípulo respondió: No va usted a creerlo, señor, pero fue el único modo que encontré para conservar mi taparrabos”.

Esto viene a mi mente porque vez tras vez nos encontramos sumergidos en pendientes de todo tipo: actualizar equipo, contratar personal, capacitar, asistir a reuniones, contestar llamadas, perseguir pagos, pagar cuentas, hacer declaraciones fiscales, resolver impevistos, etc… cuando yo sólo quería dibujar…


“Historias de mucho amor y mucha gloria y con sabor a zanahoria…” ©

Esta era la llave de entrada al primer mundo de magia, imaginación, travesuras y aventuras que me regaló mi papá (el Apachín), durante muchos días de infancia entre un trayecto y otro, que me han servido siempre de refugio y pretexto para re-encontrarme y no olvidar la grandeza de las cosas sencillas.


Gracias siempre por la complicidad, primero de mi padre y siempre de mi Compañero de Viaje.

“Gliptodón, el tragón” © es una de las tantas historias hechas a cachitos, mientras esperábamos a mi mamá regresar al coche con el pan calientito. Muchos años después, fue una sorpresa descubrir a Gliptodón en una mancha de chapopote y darme cuenta, simplemente, de que era él. Para mi sorpresa las únicas 2 personas que también conocían la historia (mi papá y mi hermana), en cuanto lo vieron ¡lo reconocieron…! Es increíble como los personajes que guardas en el corazón simplemente aparecen a la vuelta de la esquina.



Manteniendo el Corazón calientito

No es extraño vivir entre prisas y urgencia, por lo que al ser tanto el tiempo que convivimos y los retos a los que hacemos frente día a día. Hacemos lo posible por pasárnosla bien, por generar un ambiente en el que todos nos sintamos cómodos, a gusto, y podamos dar lo mejor de nosotros mismos.






En ocasiones incluso hacemos el ridículo de formas que quizá nunca habíamos contemplado y más aun nos atrevemos hacerlo público, confiando en que si a nosotros estos momentos nos arrancaron risas, esperemos que ustedes por lo menos les robén una sonrisa.









El juego de “HUESITOS” es una tradición en ACA y consiste en conectar partes del cuerpo, digamos un tanto aleatorias, para detener entre 2 la tarjeta sorteada; por lo que debido a sus combinaciones todos hemos hecho el ridículo y nos hemos reído más de una vez ante las imágenes que se producen.













20 nov 2010

Tengo que hacer un cuento. Pero… yo quiero ir a jugar.

Hay un rompecabezas que no he estrenado, y una pelota esperando en el jardín.

Suena el teléfono, hay que contestar. Las cosas del teléfono siempre son importantes.

Hora de comer. Comer es importante… pero yo quiero ir a jugar.

Ya hay muchos papeles en la mesa, muchos dragones que pintar y princesas que rescatar.

Tengo que hacer un cuento. Pero… yo quiero ir a jugar.

Las hojas crujen cuando las pisas, y todavía no he usado mi reata.

El lápiz sigue quieto.

El trabajo es importante. No he escrito mi cuento… otro día será.